Esta serie de cuentos del mulá (sacerdote, maestro, a veces juez)
Nasrudín procede de Egipto y como casi toda la literatura popular es
anónima. El estilo, más literario que en las historias precedentes de
Turquía o el Magreb, se corresponde con la forma barroca de narrar del
país del Nilo.
Según cuentan los cronistas, en el siglo XVI entró
en Egipto el personaje turco -conocido en todo el mundo árabe como Yûha
o Yehá- con el nombre de Hodja (maestro) Nasrudín, a través de las
antologías turcas de sus historias, heredadas de Persia y Grecia.
Durante
el dominio de la Sublime Puerta hubieron de convivir el árabe Yehá y el
neoturco Hodja, y ambos conquistaron el corazón de los egipcios.
Se
han escrito ríos de tinta sobre el origen del personaje, su vida y su
muerte; se ha especulado sobre las distintas versiones y diferentes
nombres que ha recibido según los países: Hodja, Yehá, mulá Nasrudín,
Efendi, entre otros muchos.
En todas las versiones aparece como un personaje popular, no sólo por su notoria fama literaria, sino por su carácter.
Los
sufíes, que sostienen que la intuición es la única guía hacia el
conocimiento, usan estas historias repitiendo aquéllas que más los
atraen hasta hacerlas suyas.
Afirman que de este modo se puede lograr una apertura hacia una sabiduría más elevada.
Cualquiera,
y en este esto coinciden todas las culturas, puede hacer con los
cuentos de Nasrudín lo que se ha hecho en el transcurso de los siglos:
disfrutarlos.
EL SUEÑO
Nasrudín llegó a la bella
ciudad Isfahan, en la lejana Persia, en busca de fortuna. Fatigado por
el largo viaje y después de atender a su burro, comió lo que le quedaba
en su morral, unos pocos dátiles secos, y se echó a dormir debajo de una
frondosa morera.
Apenas cerró los ojos, soñó que un ángel resplandeciente depositaba en su mano nueve monedas de oro.
- ¡ Pero yo necesito diez monedas de oro para establecerme!- chilló el mulá en sueños.
Gritó tan fuerte que se despertó mirando desolado sus manos vacías.
- Está bien, no discutamos; me conformo con las nueve- murmuró cerrando los ojos.
Devuélvemelas y estaremos en paz.